martes, 8 de octubre de 2019

Cuentos de Terrinoth 1



Saludos tropa después de saber que el universo de Mennara se queda sin juegos activos por el momento voy hacer una cosa que mucho me habéis pedido bastantes veces y es poneros las historias de trasfondo que venían en el juego de Runewars el juego de miniaturas así que espero que la disfrutéis comenzamos.

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La chica se encontraba en la oscuridad, y la oscuridad era buena.

El pequeño espacio entre las cajas y recipientes del carromato era estrecho, pero seguro. Olía a verduras y madera, y la lona embreada que había sobre su cabeza la resguardaría de la lluvia. A juzgar por su olor, los barriles contra los que apretaba su cuerpo contenían sidra, así que por lo menos no corría peligro de morir de sed.

Cerró los ojos y trato de ponerse cómoda para intentar dormir. De forma instintiva, su mano busco la piedra que llevaba en el bolsillo, aferrándola a través de la tela desgastada de su chaleco. Aún seguía allí. Dejo escapar un profundo suspiro y sintió que los latidos de corazón recuperaban lentamente la normalidad. La caravana de Puerto Extraño se pondría en marcha por la mañana, llevándola también a ella.

Sin previo aviso, la lona fue retirada bruscamente y la oscuridad desapareció. La chica quedo inmediatamente deslumbrada por la luz cegadora de una antorcha.

Dos hombres de rostro endurecido contemplaron a la sorprendida y desgarbada chica, casi una mujer, que estaba escondida entre las mercancías del carro. Estaba cubierta de suciedad y vestía ropas sencillas de campesina casi hechas jirones. Su cabello era de color negro azabache y sus ojos azules y desafiantes. Detrás de ambos hombres, un soldado de la guardia sostenía la antorcha. Uno de los hombres de mayor de edad, a quien la chica reconoció como el jefe de la caravana, soltó una carcajada mientras ella se encogía de miedo.

-Ya sabía yo que había visto a alguien colarse aquí- dijo con un fuerte acento de Lorimor y luego se volvió hacia su compañero -¿Qué crees que tendríamos que hacer con ella?

Los pensativos ojos grises del otro hombre estudiaron detenidamente a la chica. Llevaba una sobreveste adornada con el descolorido blasón de Daqan. El rasgo más característico del arrugado rostro que asomaba bajo un desgastado yelmo de infantería era un bigotazo de morsa blanco y gris. El viejo soldado hizo una mueca.

-Yo me ocupare de ella.

Sin pausa alguna, el hombre extendió el brazo, agarró fuertemente a la chica por la parte de atrás de su túnica y la saco del carromato. A pesar de su avejentado aspecto, era fuerte como un roble.
La chica empezó a retorcerse y a dar patadas y arañazos. Trato de girar la cabeza para morder la mano que la sujetaba.

Unos cuantos soldados que estaban ociosos en el patio se acercaron para contemplar el espectáculo. El jefe de la caravana se rió entre dientes.

-Pensé que encontraríamos una rata en el carro, pero más bien encontramos al gato.
El viejo soldado de pelo entrecano aferro con más fuerza la ropa de la chica y acerco el rostro a su oreja.

-No voy a hacerte daño, así que cálmate.

A pesar de sus palabra, ella siguió sacudiéndose y dando patadas unos segundos mas, pero el tono del hombre y la implacable firmeza de su presa la hicieron desistir lentamente.

Los espectadores profirieron abucheos joviales cuando la diversión toco a su fin. El viejo soldado les indico con un gesto que volvieran a sus tareas mientras el empujaba a la chica hacia el soldado que sostenía la antorcha, aunque su presa era ahora un poco más amable.

-Enciérrala en lo alto de la torre. Me ocupare de ella más tarde. ¡Y no quiero que la molestes, Barryn!
-Si capitán- contesto Barryn llevándose los nudillos a la frente en señal de acatamiento, tras lo cual condujo a la chica hacia la torre que se erguía sobre el estrecho patio.

                                                      

La habitación en lo alto de la torre era polvorienta y vieja. De los muros de piedra colgaban tapices descoloridos en los que habían tejidas escenas de batallas entre hombres y monstruos, figuras estoicas con expresiones sombrías y serpientes de extrañas proporciones retorciéndose en el cielo. Los tapices rodeaban una maciza mesa de madera que dominaba la habitación. En la pared más alejada había una gran ventana que permitía ver las lejanas y negras siluetas de colinas y riscos que sobresalían por entre la niebla iluminada por la luna como si fueran islas en un mar fantasmal. La ventana dejaba entrar una leve brisa que hacia ondear suavemente los tapices, lo que parecía dar cierta semblanza de vida a los rostros tejidos en ellos.

Aparte de una vela sobre la mesa, no había ningún otro elemento en esa siniestra sala. Cuando el capitán entro  más tarde  en la habitación, se encontró a la chica sentada en una pesada silla de madera con la barbilla apoyada en las rodillas y abrazándose las sucias piernas con sus delgados brazos.

El capitán cerró la puerta, que apenas emitió un débil chirrido, y dejó caer sobre la mesa sus pesados yelmo y guanteletes, que impactaron con un fuerte ruido metálico. Tenía una oscura cabellera recorrida por espesos mechones de pelo gris. Su bigote de morsa le confería una expresión severa. Flexiono las manos y se acercó a la ventana haciendo caso omiso de la chica por el momento.
Ella no se movió, pero sus ojos azules seguían todos los movimientos del capitán, quien contemplaba las colinas cubiertas por la neblina iluminada por la luna. Si no conociera el mal que moraba en esa niebla, al capitán le podría haber parecido extrañamente hermosa. Se dio la vuelta soltando un suspiro, se cruzó de brazos y miro fijamente a la chica.

-¿Sabes cuál es el destino del carro donde te escondías?

La chica no respondió, aguantándole la mirada con expresión desafiante. Tras unos segundos que se hicieron eternos, el viejo guerrero asintió para sí mismo y luego salió dando grandes zancadas de la habitación. La chica se quedó mirando la puerta cerrada sin saber que pensar. Volvía estar sola.
Cuando el capitán regreso, llevaba una jarra de sidra y una fuente para trinchar con pan y cecina. Lo dejo todo encima de la mesa frente a la chica y se sentó con naturalidad en una silla cercana. La chica miro la comida con los ojos abiertos y su estómago empezó a gruñir.

-Adelante, chica.

Ella obedeció de buena gana-

-¿Cómo te llamas?

-Astarra –murmuro con la boca llena de comida.

El viejo capitán sonrió.

-Así que el gato sabe hablar. Yo soy Alcaran.


CONTINUARA…