Saludos tropa en la entrada de hoy os traigo la traducción de la siguiente historia corta publicada en FFG USA sobre Chance el Hyrrince un pequeño ladron de Descent legends of the dark publicada por FFG USA que la podréis leer en ingles aquí y de nuevo escrita por Robbie Macniven, en castellano le han puesto el nombre de Venturoso… ¿Por qué? Pues ni idea, pero traducir los nombres de los personajes me parece una idea pésima, aun así disfrutar de esta historia porque es genial.
Siempre eran los niños las mayores amenazas.
No importaba si eran orcos, enanos, gnomos o humanos, Chance había aprendido hace tiempo que lo único que tenía la capacidad de acercarse sigilosamente a él era un niño.
Ahora mismo había uno de pie en el pasillo, un humano, quizás de seis o siete años de edad, vestida con una larga bata de cama blanca y con el pelo rubio pajizo, recién cepillado, colgado sobre ambos hombros. Miró, sin pestañear, a Chance, con ojos grandes y oscuros.
Mirar fijamente era considerado por algunos hyrrinx como un acto de agresión, Chance nunca había tenido tiempo para eso, aunque sintió una respuesta instintiva, enterrada en lo más profundo, a la mirada de la niña, eso le hizo le hizo devolver la mirada.
-Kitty-, dijo la niña, lenta y seriamente.
-Tal vez-, respondió Chance en voz baja, tratando de no sentirse ofendido por la comparación. Se dio cuenta de que su cola se balanceaba de un lado a otro, e hizo lo posible por sofocar el ansioso movimiento.
-¿Kitty... quiere el jarrón?-, continuó la chica, con una nota confusa en su voz.
Chance se había congelado en el pasillo en el momento en que vio que la chica lo miraba fijamente. Eso significaba que todavía estaba agarrando el ornamentado jarrón dorado de Lorimor, que acababa de empezar a levantar delicadamente de su zócalo.
-Kitty quiere el jarrón-, confirmó, con las orejas agitadas. La chica frunció el ceño y señaló con el dedo.
-¡Kitty no debe robar! Robar es malo-.
Chance enseñó los colmillos, el destello de frustración invisible tras la máscara de cuero que cubría su hocico.
-¿Y si... Kitty sólo quería tomarlo prestado?-, sugirió, tratando de idear una forma de hacer que la chica volviera a la cama.
-Tendría que preguntarle a papá-, dijo la niña, cruzándose estoicamente de brazos. -Le gustan mucho los dos jarrones-.
-Seguro que sí-, dijo Chance. Las dos antigüedades habían sido valoradas por un coleccionista experimentado, mientras era amenazado por varios de los ejecutores del Príncipe Proscrito en una suma de más de quinientas coronas. Entre ambos, eran los objetos más caros que poseía Lucas Brezer, parte de una fortuna adquirida por una red de comercio ilícito que iba desde Lorimor, en el suroeste, hasta Thelgrim, en el noreste.
El Príncipe Proscrito había exigido que los jarrones fueran revalorizados, en persona. Por eso Chance y Tali habían sido enviados a la mansión Brezer en plena noche. Estaban buscando antigüedades.
Chance empezó a bajar lentamente el jarrón a su zócalo. La niña, presumiblemente la hija de Brezer, asintió con severidad mientras lo hacía.
-Buen gatito-, dijo.
Chance estaba a punto de sugerir que ese no era especialmente el caso, cuando oyó un grito que resonaba en la mansión desde algún lugar más arriba.
Era Tali.
Entrar y salir, bien y rápido. Eso fue lo que Tali había dicho. Habían repasado el plan una docena de veces antes de esta noche, incluso habían ensayado partes del mismo en el almacén abandonado junto a la parte de Rivengate que pertenecía al Príncipe Proscrito. Tali, una humana de baja estatura que se había criado entre el ejército de ladrones del Príncipe, había trabajado antes con Chance en varios robos, aunque ninguno tan grande. Ella era mayor que Chance, más experimentada, un hecho que el Príncipe había destacado cuando les había dado el encargo.
-Fortuna siempre me bendice con buena suerte-, había dicho. -Y yo a su vez te paso una fracción de esa suerte Chance. La necesitarás, tus éxitos han sido demasiado... precarios últimamente, Tali te mantendrá a salvo, recurre a ella como lo harías conmigo-.
-¿Sabes que él habla a ti a escondidas-, Le había dicho Tali más tarde, mientras los dos habían revisado los mapas de la mansión Brezer en las sombras del almacén.
-¿Quién lo hace?- había preguntado Chance, sorprendido por el repentino cambio de tacto.
-El Príncipe Proscrito-, dijo Tali, con una voz más seria de lo que él estaba acostumbrado. -Yo no podría hacer la mitad de las acrobacias que te he visto hacer desde que te uniste a nosotros. Olvida a Fortuna, eres el mejor ladrón que he visto-.
Las orejas de Chance se habían movido con diversión.
-No me tomes por tonto-, había advertido. -Por lo que sé, el Príncipe podría haberte dicho que me dijeras eso, como una prueba-.
Tali había levantado las manos. -Es consciente de mucho menos de lo que crees, Chance, no es todopoderoso-.
Chance se había encogido de hombros, una expresión humana que había aprendido de Tali.
-Sin él no tendría nada-, había dicho.
-Eso es lo que te dice él, ¿no?-.
-A veces-, había admitido, sin querer insistir en ello. -¿Podemos seguir con el plan?-
-El plan es sencillo-, había dicho Tali con una sonrisa. -Entrar y salir, bien y rápido-.
-¿El honor del ladrón?- Chance había preguntado. Era uno de los muchos lemas del Príncipe Forajido, un contrasentido que se suponía que fomentaba las "buenas" prácticas entre sus subordinados: un ladrón eficaz siempre daría prioridad al objetivo sobre cualquier otra cosa.
-Si se trata de eso-, había dicho Tali. -El honor del ladrón-.
El grito de Tali hizo que Chance dejara de lado el jarrón. Lo colocó de nuevo en su pedestal, mirando rápidamente a la pequeña. Ella permaneció clavada en el sitio, aunque ahora había miedo en sus ojos abiertos.
-Quédate aquí-, dijo Chance. -Y protege el jarrón-.
Salió corriendo hacia las escaleras, a cuatro patas, como una mancha de pelo gris, mientras subía de dos saltos. En la parte superior había un rellano, suntuosamente decorado como el resto de la mansión, con paneles oscuros de corteza de barba hierro y alfombras decorativas de lana de oveja de Isheim. Su sentido del oído, muy agudo, había captado no sólo el grito de Tali, sino también el sonido de un forcejeo y el choque de algo pesado al caer, la estaban atacando.
El rellano conducía a otro pasillo que le llevaba a la derecha. Su mente repasó el plano del edificio a medida que avanzaba, memorizado antes de que se pusieran en marcha. Tomó una puerta a la izquierda y salió a una pasarela que rodeaba las paredes superiores de la biblioteca en el corazón de la mansión.
Vio a Tali abajo, en la planta baja de la biblioteca, luchando con un guardia con jubón de cuero sobre los restos de un conjunto de estanterías caídas, Uno de los guardias contratados estaba inmovilizado por el derrumbe, mientras que un tercero corría por la habitación, con un pesado garrote en alto.
Chance sacó sus cuchillos de punta espinada en un instante, con una de las pequeñas dagas arrojadizas sostenida hábilmente entre cada dedo. Mientras lo hacía, sus ojos captaron un resplandor a la derecha, lo que le hizo dudar.
Se dio cuenta de lo que Tali había intentado hacer: escalar las estanterías para llegar al nivel superior sin tener que subir las escaleras. En la pasarela a la que había llegado había otro zócalo con el segundo de los jarrones gemelos, que brillaba a la luz de la araña suspendida en lo alto.
Volvió a mirar a Tali. Ella lo había visto, prácticamente al lado del jarrón. Compartieron un segundo de comprensión tácita.
El honor del ladrón. El objetivo es lo primero.
Chance enseñó los colmillos y lanzó el primero de sus cuchillos. La pequeña púa de acero voló recta y certera, golpeando la pantorrilla del hombre que cargaba con el garrote mientras se acercaba a Tali. Cayó con un grito de dolor. El que estaba luchando con Tali levantó la vista con sorpresa, viendo a Chance por encima de él justo antes de que el segundo cuchillo golpeara su hombro, pasando por encima del brazo de Tali antes de encontrar su objetivo.
Ella lo derribó mientras él gritaba de dolor, gritando al mismo tiempo.
-¡Chance, cuidado!-
Él ya había percibido el ataque inminente. Un cuarto guardia había salido a la pasarela detrás de él, con su cara llena de cicatrices y sonrojada mientras sacaba su garrote. Chance se agachó y rodó, escuchando un golpe seco cuando el arma pesada astilló la barandilla de madera que había estado frente a él un momento antes.
Su giro le hizo entrar en contacto con el zócalo que sostenía el jarrón. Apenas fue un roce, pero causó el suficiente bamboleo como para que la antigüedad empezara a volcarse sobre el borde. Chance alargó la mano sin pensarlo, atrapándolo limpiamente con la misma pata en la que tenía atado su guantelete de garra sombría.
Lo miró fijamente, dándose cuenta de lo que acababa de hacer, antes de que un rugido a sus espaldas le hiciera pasar a toda velocidad por el zócalo con la cola levantada. Otro golpe lo hizo temblar y lo derribó mientras el iracundo guardia se lanzaba tras él.
-Vuelve, pequeño carroñero sarnoso-, bramó el guardia.
Chance no llegó muy lejos. Una puerta se abrió delante de él, lo que le hizo detenerse cuando otro miembro del séquito de Brezer, con el pelo alborotado por el sueño, salió para interceptarlo.
Miró al recién llegado y volvió a mirar al que le perseguía, dándose cuenta de que estaba acorralado.
-No soy un carroñero-, le dijo al hombre que levantaba su garrote para golpear. -Soy un ladrón-.
Chance lanzó el jarrón.
Los dos hombres gritaron horrorizados, mirando la antigüedad dorada que parecía arquearse, en cámara lenta, hacia las altas vigas de la biblioteca.
Chance siseó y arremetió contra él, con movimientos borrosos. Su garra sombría se clavó sobre los muslos del primer hombre, derribándolo como un saco de plomo, antes de que el último de sus cuchillos punta espina inmovilizaran la manga del guardia que empuñaba el garrote contra la pared. El hyrrinx se enderezó mientras ambos hombres bramaban, el primero agarrándose la herida mientras el segundo luchaba por liberar su brazo, estiró las patas y atrapó el jarrón con hábil precisión mientras caía hacia él.
Tali había hecho estallar sus bombas de humo, con nubes grises y asfixiantes que se extendían por la parte inferior de la biblioteca. Apareció debajo de la pasarela donde estaba Chance y le hizo un gesto con la mano.
-¡Suéltalo!-
Sujetó el jarrón por el lado y lo soltó, siguiéndolo por encima. Tali cogió la antigüedad con un gruñido justo cuando Chance aterrizó junto a ella, a cuatro patas.
-Ventana-, dijo, señalando con una garra a través del humo una posible vía de escape. Tali asintió.
Juntos se abalanzaron sobre ella, con la cabeza gacha, atravesándola con un estruendo de cristales rotos. Chance rodó a través de los arbustos que había más allá y volvió a levantarse a tiempo para sujetar a Tali, agarrando el jarrón justo antes de que se le cayera de las manos.
Atravesaron la puerta de Westport y se adentraron en un callejón a lo largo de la parte trasera de la posada del Pato y el Arpa antes de hacer una pausa para recuperar el aliento.
-Vaya con el honor del ladrón, ¿eh?-. Tali jadeó, logrando una sonrisa.
-Oye, yo tengo el objetivo-, dijo Chance, levantando el jarrón.
-Mi objetivo-, corrigió ella. -¿Dónde está el tuyo?-
-Tenía un guardia especialmente temible que lo vigilaba-, dijo Chance, bajándose la máscara para dedicarle a Tali su propia sonrisa enseñando los colmillos. Ella puso los ojos en blanco, claramente sin creerle.
-Podrías haberme dejado-, dijo ella. -El Príncipe Forajido no estará contento-.
Chance hizo una mueca. -Sólo espero que no se entere-, dijo, con una clara preocupación en su voz. Tali se río y le dio una palmadita en el hombro, tratando de animarlo.
-Sabes, Chance, a veces puedes ser un pésimo ladrón-, dijo. -Pero me alegro de que seas tan buen amigo-.
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